La fuerza de lo visual en el aula: del DUA a la imaginación compartida

Lo visual en el aula no es adorno: es una puerta de acceso al aprendizaje. Editar y adaptar imágenes —con cartulina, software o IA— nos permite atender la diversidad, motivar a los alumnos y dar vida a mundos narrativos en gamificación. Desde infantil hasta la universidad, la clave no es la herramienta, sino el criterio pedagógico con el que usamos lo visual para abrir más caminos hacia la comprensión y la imaginación compartida.

IA EDUCATIVA

Jorge Veses Amorín

9/4/20253 min read

El aprendizaje siempre ha estado acompañado de imágenes. Los mapas en pergaminos antiguos, los murales de cartulina en las aulas, las ilustraciones en los libros de texto… todas esas representaciones han servido para transmitir, simplificar y emocionar. Hoy, en un tiempo en el que la edición digital y la inteligencia artificial parecen abrir posibilidades infinitas, quizá lo más urgente sea volver a preguntarnos por qué lo visual es tan importante en la educación.

El Diseño Universal para el Aprendizaje insiste en que no todos los estudiantes acceden al conocimiento de la misma manera. Hay quienes comprenden mejor con palabras, otros con esquemas, otros con ejemplos tangibles o narrativos. Lo visual, en este sentido, no es un adorno: es una puerta más para acceder a los contenidos. Un póster, una viñeta, un pictograma o un mapa conceptual pueden hacer que un concepto abstracto se vuelva comprensible, que una rutina se convierta en hábito o que una idea cobre vida en la memoria gracias a una asociación gráfica. Y lo fundamental es que esas imágenes sean editables, que podamos adaptarlas al contexto de nuestro grupo o incluso a la realidad de un solo alumno.

Editar significa incluir. A veces basta con simplificar una ilustración para un alumno con dificultades de comprensión, otras con ajustar la estética para que un grupo de adolescentes se reconozca en lo que está aprendiendo, y otras con traducir visualmente un mensaje a símbolos más cercanos a una cultura o a una experiencia vital concreta. La edición, sea con tijeras y cartulina, con un programa digital o con una herramienta de IA, es la oportunidad de abrir el material a la diversidad.

Este poder se multiplica cuando hablamos de gamificación. Una tabla de puntos en texto apenas es un registro, pero convertida en tablero con iconos, mundos y avatares se transforma en una historia que se comparte. Una narrativa visual no solo invita a jugar, invita a vivir el aprendizaje. Las insignias se convierten en recuerdos, los mapas en caminos recorridos, los avatares en reflejo de logros y tropiezos. Con imágenes, el aula deja de ser un espacio limitado por las paredes y se convierte en escenario de aventuras, retos y mundos que cobran vida.

La importancia de lo visual cambia también con la edad. En infantil, ver a la mascota de la clase en distintas situaciones resulta mucho más motivador que cualquier avatar genérico. En primaria, los pósters de normas o conceptos clave dejan de ser recordatorios estáticos para convertirse en parte de la identidad del aula. En secundaria, en FP o en estudios universitarios, la imaginación es el único límite: desde recrear un escenario histórico para una asignatura de Sociales hasta prototipar un proyecto técnico o dar forma visual a un universo ficticio en un trabajo interdisciplinar.

Pero todo esto exige también ética y mirada crítica. Las imágenes llegan más rápido que las palabras, pero también pueden simplificar en exceso, distorsionar o manipular. No se trata de producir materiales sin freno, sino de mantener la pregunta pedagógica abierta: qué aporta esta imagen al aprendizaje, cómo ayuda a que más estudiantes entren en el contenido, de qué manera fomenta la lectura crítica en lugar de convertirnos en consumidores pasivos de estímulos visuales.

La tecnología, incluida la inteligencia artificial, es un medio. El criterio docente es lo que transforma una ilustración en un recurso, una actividad visual en una experiencia significativa. Por eso, la clave no está en crear imágenes cada vez más bonitas, sino en ponerlas al servicio de la diversidad y del aprendizaje. En un mundo en el que generar, transformar o editar una imagen se ha vuelto tan fácil, el reto real no es técnico, sino pedagógico: usar lo visual para abrir puertas, para invitar a más estudiantes a entrar y para que el aula se convierta en un espacio compartido de imaginación y comprensión.